Si las personas fueran conscientes de que poseen talento propio, entonces podrían ir a su encuentro y reconocerlo; tomarían decisiones importantes que afectarían no sólo a sus propias vidas, sino también al modelo cultural que marca las pautas de organización social, económica y laboral. Sería un retorno a nuestra propia naturaleza humana.
Talento se ha convertido en una palabra comodín. Cuando la utilizamos produce la ilusión de que todos estamos hablando de lo mismo, que existe un acuerdo acerca de a qué nos referimos, y nada más lejos de ello. Hablar de talento y de su identificación implica hablar de la naturaleza humana y ésta es una cuestión sumamente controvertida.
La acepción más extendida del vocablo talento está relacionada con la idea racionalista de la inexistencia de la naturaleza humana. La figura de Locke (1623-1704) de la mente como "tabula rasa" tiene sus precedentes en Pico de la Mirandolla ("Dios escogió al hombre como obra de naturaleza indefinida… para que por sí mismo se forme y esculpa en la forma que escoja") e implicaba que es la experiencia la que nos convierte en lo que somos, por lo cual cualquier niño puede ser modelado como se desee. En la misma línea, Helvetius (1715-71) propugnaba que no había ni ideas, ni capacidades innatas, todo dependía del ambiente y de la educación. Esta línea de pensamiento dominante ha marcado la base de partida de los modelos educativos y de desarrollo profesional en la historia moderna de occidente y ha equiparado el talento con la idea de aptitud alcanzada por la experiencia y el conocimiento adquirido. En este sentido, el talento se desarrolla; es como un vaso vacío por llenar.
Esta doctrina de la inexistencia o incorporeidad de la naturaleza es obviamente falsa, basta con observar el comportamiento de los infantes, como apunta el filósofo Jesús Mosterín. En el "Genio hereditario" (1869), Francis Galton se oponía a la hipótesis con frecuencia implícita de que la diferencia entre hombre y hombre sea la continua aplicación y el esfuerzo moral. Curiosamente siguen siendo numerosas las voces hoy en día, incluida la esfera de los recursos humanos, las que aún consideran el talento como un compromiso o cualidad moral y no una capacidad. Existen también rasgos biológicos que dan corporeidad a nuestra naturaleza y fijan los límites del potencial humano. La forma capacita para la función en el reino animal. Cada especie y cada individuo perteneciente a ella tiene sus propias singularidades morfológicas y funcionales. En este sentido, existe un condicionamiento natural y, al mismo tiempo, un determinado potencial en el ser humano. Los seres humanos somos semejantes en cuanto compartimos un talento de especie a pesar de los detalles singulares que distinguen a cada miembro de su población.
Mientras los avances en el conocimiento de la naturaleza humana, especialmente en genética, etología, psicología y lingüística, han erradicado el concepto de tabula rasa, la obra de S. Pinkler es un referente en este sentido, en la práctica educativa y laboral se viene operando considerando el talento como potencialidad de especie. Se actúa sobre la hipótesis de "si el otro puede yo también puedo", se apela al individuo a esculpirse siguiendo patrones de referencia social, a actuar según modelos exitosos de hacer las cosas. Se invoca al principio de tabula rasa, enmarcado en estándares de capacidad humana, para que la persona alcance lo que culturalmente se considera deseable y se espera de él. Los objetivos individuales son relegados a un segundo plano, predomina la meta establecida socialmente. Se prioriza la "normalidad" y el grupo, al cual el individuo queda subordinado y su singularidad opacada salvo que ésta se encuentre en valores extremos por discapacidad o superdotación.
Estos sujetos con capacidades al margen de la "normalidad", ponen de manifiesto otra característica de la naturaleza humana: que somos semejantes pero no iguales. Somos semejantes en cuanto que pertenecemos a una misma naturaleza o especie, en cuanto compartimos un potencial o capacidad similar. Pero somos distintos en cuanto nuestra morfología y, por tanto, nuestra funcionalidad, varía de unos a otros. Basta observarnos unos a otros para darnos cuenta de que no hay dos personas iguales. Si pudiéramos vernos por dentro, notaríamos que nuestro organismo biológico también tiene singularidades respecto a otros congéneres, incluido nuestro sistema neurológico. Ello explica que todos podamos hacer de todo pero que haya funciones que se nos dan mejor que otras. Existe pues en cada individuo una ventaja comparativa en el hacer que es ignorada socialmente y, por tanto, una capacidad o recurso desatendido por el grupo. No todo es educación y ambiente. Y en este sentido, los sistemas educativos y la cultura laboral al tratarnos como iguales, en mayor o menor medida, discriminan a favor de aquellos miembros del grupo que muestran unas características naturales más acordes a lo establecido como "normal". Si "cada individuo tiene su propia naturaleza y es una variedad particular dentro de la naturaleza humana" (Jesús Mosterín) entonces podemos hablar de talentos del individuo.
Pero profundizando en la naturaleza del ser humano debemos hacer mención al instinto. El instinto nos capacita de forma innata. La educación nos capacita desde el desarrollo de nuestro potencial de especie por imitación de modelos, por repetición. Fijar qué consideramos innato en la naturaleza humana es un asunto tan interesante como resbaladizo pero siempre crucial en el análisis del talento. Podemos tomar como punto de partida la edad de nuestros primeros recuerdos (en torno a los dos años) que coincide aproximadamente en el tiempo con las primeras manifestaciones en el bebe de nuestro potencial de especie. A partir de ese momento el ser humano podría valerse por sí mismo y comienza a revelar tendencias vocacionales y aptitudes singulares. Podría decirse que, a diferencia de otros animales, venimos al mundo de forma anticipada, probablemente, como consecuencia del coste reproductivo que supuso la adopción de la posición vertical para el desplazamiento de nuestros antepasados, con el instinto latente pero inmaduros morfológicamente para sobrevivir. Y ello a su vez explicaría, según la investigación antropológica, el origen de la cultura como un modelo de procedimientos que han resultado ser válidos para evitar la muerte prematura y posibilitar la perpetuación de la especie. Fuese como fuera que tuviera lugar, lo cierto es que desde niños mostramos una singularidad innata tanto morfológica como de capacidad expresada en forma de comportamientos, tendencias o vocaciones.
Hay una dominancia funcional natural que tiene su proyección en la actividad cerebral. Las investigaciones de la doctora Benziger al respecto, ponen de manifiesto otro dato relevante: las zonas cerebrales con dominancia natural gozan de un menor intercambio eléctrico. Esto implica que cuando realizamos actividades que son gestionadas desde el área cerebral con menor consumo energético, las ejecutamos con mayor facilidad. Somos comparativamente más eficientes que los demás en aquellas funciones que implican capacidades innatas asociadas a zonas de actividad cerebral de dominancia natural, pues requerimos menos esfuerzo y estamos programados para desempeñarlas de forma idónea sin recurrir a la imitación de modelos. Esa singularidad de preferencia y competencia innata habilita a cada ser humano de forma natural para el desempeño de determinadas funciones y es la llave de la vocación personal, a la vez que sitúa al talento en el dominio del patrimonio personal, en la esfera de lo individual. El talento personal es como una lámpara que hay que encender, una lámpara que sirve de modelo a imitar en el desarrollo del potencial humano, en los procesos educativos y de aprendizaje aunque con resultados dispares debido a la naturaleza intrínseca de cada individuo. El don que porta cada persona ha sido desterrado por la adquisición de conocimientos, sustituido por la inteligencia (una variedad de los posibles talentos), ha sido apagado por la cultura de masas. Tal como afirma Pilar Jericó: "Evidentemente, existe mucho más talento del que se pone en juego. Y el motivo es la falta de herramientas de identificación".
El desarrollo de los test como instrumento para descubrir el talento implica una categorización previa de aquello que se desea valorar y poder ofrecer resultados en base a dicho esquema. Así, el test de Myers-Briggs se apoya en 16 tipos de personalidades a partir de la clasificación de C.G. Jung. El test de Benziger para la detección de las preferencias y competencias naturales es igualmente de raíz jungiana. Y el test de las fortalezas de Gallup se realiza a partir de las 34 habilidades más frecuentes mostradas por personas de éxito en una amplia encuesta. Metodológicamente, la tipificación del talento supone un enfoque válido para la clasificación del talento de especie, pero reduccionista para la identificación del talento personal dada la infinita gama posible en términos teóricos (hay tantos talentos como individuos). Los talentos individuales pueden considerarse como una particularidad de alguno de los "talentos de especie" referenciales y habrá casos específicos de talentos "frontera" que no encajen en el sistema de categorización elegido. Por otro lado, los resultados de los test recogen una opinión del sujeto a las cuestiones que se le plantean. Y realmente no somos lo que creemos ser. Por una parte, la visión que tenemos sobre nosotros mismos está filtrada por múltiples factores (la experiencia personal, las expectativas en juego, la valoración de terceros sobre nuestra capacidad, la comparación frente a otros, la propia autoestima, etc) que la tergiversan. Y por otro lado, es difícil distinguir lo que es aprendido y lo que es innato. Un individuo puede haber alcanzado un alto grado de habilidad tras un proceso de entrenamiento y esfuerzo, y esa capacidad no se corresponde con la naturaleza innata del talento. |
Otra herramienta común en la detección del talento es la experimentación y observación directa a través de juegos o rol-playing. Si el talento es una capacidad para hacer, hay que experimentarse, hay que contemplar y detectar ese "hacer" instintivo, espontáneo y con naturalidad. En este método, el talento del individuo puede expresarse si la actividad propuesta implica su puesta en acción; sin embargo, no necesariamente ha de ser reconocido. Para quien actúa en el juego es difícil observarse sin interferir en su desempeño y para el "ojeador" externo puede pasar desapercibido si el talento es de una clase diferente a su propio ámbito de competencia. O lo que es lo mismo, no todos los "cazatalentos" pueden reconocer cualquier tipo de talentos.
Categorización de talentos, discriminación entre lo innato y lo aprendido, experimentación y observación de la capacidad del individuo son las principales dificultades para identificar el talento personal. ¿Cómo podemos hacer para que la opinión sobre nuestro talento coincida con la realidad de nuestra capacidad innata? Para resolver esta cuestión, la metodología "Arqueología del Talento" opera desde las posibilidades que brinda la hipnosis. La hipnosis puede situar al sujeto en una posición de observador neutral respecto a sí mismo, eliminar los filtros de percepción que le impiden aceptarse tal como es en esencia y mostrarle su capacidad y preferencia natural dominante. Mediante la hipnosis se facilita al individuo contemplarse desde una perspectiva nueva que le permite revelarse y reconocerse tal como es.
De hecho, las personas saben a nivel inconsciente cuál es su talento personal pero no son capaces de reconocerlo conscientemente. Tienen una cierta idea acerca de él pero no saben concretarlo, definirlo. A través de "Arqueología del Talento" lo identifican de forma simbólica. Esta forma de representación elimina la cuestión de categorización del talento apuntada y además revela el talento personal al sujeto en una forma de representación consustancial con su función. Hay en ese símbolo una unidad coherente de forma, función y significado. Esto es, aunque el objeto que representa el talento puede tener objetivamente diferentes usos y, por tanto, significados, el sujeto lo proyecta desde su particular significado, desde la forma de representación que es congruente con su capacidad funcional y vocación. Este significado se hace patente dando vida al objeto, convirtiendo el "ello" en "él", transformando el nominativo en verbo. El simbolismo, la gran revolución tecnológica del presente siglo según anticipaba Mircea Eliade en sus Diarios, es un escenario propicio para la identificación del talento, siempre y cuando su interpretación rehuya el análisis racional y se centre en el contenido sugerido al sujeto.
Existe una ventaja adicional en este método de identificación del talento personal basado en la hipnosis y la simbología, la de que, el individuo, al reconocerlo se confiere el valor intrínseco que posee. Se libera y deja de depender de las valoraciones y opiniones que sobre su capacidad y expectativas terceros pueden asignarle y condicionarle. Al tomar conciencia de su talento, el sujeto adquiere seguridad acerca de su capacidad y utilidad, se da cuenta de "qué es lo que quiere realmente" y "para que sirve especialmente". Ello le facilita la tarea de elegir y tomar decisiones no sólo en el desarrollo de su carrera profesional sino también en el ámbito de su vida personal. La revelación del talento personal le devuelve la confianza en sí mismo, haciéndole sentirse vivo y capaz de ejercer su vocación, comprometiéndole voluntariamente consigo mismo, en beneficio propio y el de su ámbito de influencia.
Reconocer el talento personal es una experiencia que regenera al ser humano. Enriquece el vínculo de la persona con la sociedad desde lo mejor que puede ofrecer y con un sentido renovado. Si las personas reconocieran su talento personal, sus elecciones afectarían a los valores imperantes en los mercados de empleo. Buscarían los espacios laborales de su competencia, aquellos en los que tienen una ventaja natural comparativa en términos de capacidad innata y donde pueden ser reconocidos y retribuidos por su aportación sin renunciar a la autorrealización. La sociedad y sus organizaciones se beneficiarían del valor y la utilidad resultante de poner en juego la mejor capacidad de cada uno de sus miembros. Y la economía se revitalizaría reasignando eficientemente sus recursos y capacidades para la satisfacción de las necesidades renovadas de la sociedad y sus individuos. En definitiva, se generaría un cambio cultural con mayores posibilidades para todos y en el que todos seríamos importantes, no de dicho sino de hecho, puesto que se reconocería que cada ser humano es único e irrepetible, valioso e imprescindible. El talento personal como particularidad de la naturaleza humana está al servicio del desarrollo de la humanidad. Negarlo es negarnos a nosotros mismos.
Alberto Sánchez-Bayo
Coach miembro de la ICF. Socio-director de Co-labora Consulting Estratégico
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